jueves, 30 de octubre de 2008

De cómo te encontré...


 


 

ERA primavera.

Borrachas de luz y estrellas,

las margaritas disparaban sus flechas

blancas a la diana verde de los campos.

Flechas robadas a la luz y a la luna

para hacerse copos que nieven la pradera.

Tú estabas bajo la sombra umbría

de los primeros árboles de Castelar.

Aquellos grandes que caen a la vera del camino

que va desde la puerta hasta la fuente.

Eras muy joven, veintiún sayas verdes tuyas ,

habían visto estrenar a los campos.

Tu boca tenía la frescura de los pozos hondos,

y cuando puse mis labios en el brocal

bebí del mismo manantío de sus besos

y su frescor me chorreó por los carrillos,

hasta que el único horizonte

a toda mi mirada fueron tus ojos.

Era de noche, pero me pareció

que amanecía a mi alrededor.

Junto a tus pupilas negras por la noche,

en que se retrataban las copas de los árboles

sobre un fondo de cielo

había un puntito blanco que brillaba y brillaba

como una pincelada de luz.

Así fue la primera vez que te vi, María y,

nunca más te hubiera yo perdido si tú,

al amarnos, rompiéndote en pedazos,

no hubieras hecho de nuestra locura un firmamento.

Dios sabe cuantos años vagué por los caminos.

Sin traje de romero peregriné de puerta en puerta,

y nadie me decía dónde encontrarte, María.

Ermitañas de Venus me prestaron sus ojos,

pero ni un leve fulgor tenían.

Y otra vez vagué por los caminos

y me perdí en el duro desierto

que forman las ciudades,

y sufrí soledad de multitudes

hasta llegar a místico para el amor de pagania.

Desde que te conocí,

siempre fuiste mi estrella,

guía, mi punto de referencia, mi anhelo.

Por encontrarte estrella mía,

llegué a la hondura misteriosa

de saber traducir la espuma de los mares,

de charlar con las flores,

de interpretar la risa,

amar las madrugadas y perseguir ilusiones.

Llegué a tener un tesoro de amoríos.

Esos mis amoríos que son como un rebaño

pastando en mi memoria,

parecen todos semejantes y todos son distintos,

y es mi recuerdo el buen pastor

que oveja por oveja las conoce a todas una a una.

A veces me alcanzaban las noches

como una inmensa yegua negra.

Yo la he visto galopar en la pista

redonda de esa circunferencia

que trazaron las horas, y a sus ancas,

de pie, y muy vestida de blanco,

con las faldas de nubes muy corta, la luna, la musa,

atrayendo suspiros de poetas.


 

En el centro de la pista el hombre seguía

haciendo el eterno payaso,

y yo seguí corriendo los caminos

sin encontrar la estrella de mi amor.

¿Q

ué nos importa por qué vereda oculta pude llegar a ti?

Lo único importante es saber que te tengo,

y para no perderte,

no tener confianza en tenerte.

Aún llevo en los ijares de mi amor

clavada todavía la espuela de tu beso.

Habían volado ya de todos los rosales del jardín

los pájaros de oro que gritan los ocasos.

Tú eres la plenitud ,

desde que tú naciste,

treinta y siete veces se ha vestido de novia el naranjal.

Como buen marinero,

para marcar el rumbo te miraba a los ojos,

y cuando recogí las velas

dejé que el viento jugara con mis manos.

Y fui Colón para mi amor.

En tus pupilas negras brillaba como nunca la estrella de mis sueños

que tanto había buscado.

Ponle al amor un cerco de ilusiones para que no se nos escape.

Para guardarlo bien tú cerraste los párpados.

María: cierra los ojos, niña; cierra los ojos,

que no se nos escape nuestra Amistad y nuestro Amor.


 


 


 


 


 

Brindis entre luces


 

Sobre la verde copa de los árboles

escancia el sol el vino de su ocaso.

La luz, avinatada,

cae como un chorro salido del barril

Y se desborda desde la copa del árbol,

hasta manchar la tierra.

¡Este vinillo triste pone nostálgica la hora!

El día ha consumido el jarro, y el sol,

buen bodeguero,

Baja al sótano de la noche en busca

de otra jarra para brindar en la mañana.

La tierra se ha quedado triste,

muy triste en su soledad.

Sobre la mesa azul,

toda manchada de trozos de cristal,

la luna, transparente y fina es,

la única copa entera y sin llenar.

Ya no sigo escribiendo,

que ahí viene el alba,

tan mozuela y perseguida

por el viejo bodeguero.


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 

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